Ahí estás en espacio, oleaje de campanas,
insoportable libertad en toda tu estatura levantada,
mendiga, grave perra,
mira, yo simplemente asisto y esto
nace.
Del aborrecimiento que me humilla contra el circo de espinas,
turbio diluvio, carro de holocausto que arrasa el pavimento,
qué tregua de delfines devora este silencio donde te estoy mirando,
desollado de insomnio, acostándome al filo de la plaza
para ser uno con tu sombra.
Odio la vanidad que te sostiene,
la irrisión de tanta mansedumbre, el pueblo de figuras que te corre por la piel;
aborrezco la lenta preparación del juego,
gata sobre la alfombra donde se estrellan cabalgadas de reyes con antorchas,
la zarpa atormentando el orden de la noche,
sometiendo el fragor de la batalla, la anhelante ciudad
a tu pelaje de ceniza contra el tiempo.
¿Aceptarás esta avalancha de rechazo que contra ti me cierra,
el tráfico que más allá de toda lengua se une con tu cintura inabrazable?
Eso te digo, y muere. Pero tú sabes escuchar
el juego verdadero, el árbol del encuentro,
y en el incendio de maitines
una flagelación de bronce nos agita
enlazados a gritos entre
ángeles carcomidos y quimeras,
rondando en una misma imagen y debate
de leviatán, garganta roja
que me repele y me vomita hasta
arrojarme a la calzada
como tu sombra, esa pared de tiempo.
Pero me yergo y me sostengo contra, madre de las lepras, tortuga infinitud,
y poco a poco retrocedo al canto original, a la pureza extrema,
al oprobio de infancia, a la saliva dulce de la leche,
al existir en aire y fábula, al modo en que se accede y se conoce,
para conmigo hacerte pan, para en eterno desleírte.
Oh no fugues, marsopa, ésta es la hora en que
me atraigo al día cereal, al claro gesto del pichel que danza el agua,
y ciego a la ciudad embisto los portales
bajo los órdenes que en vano te escudan de este amor,
salgo a tu centro en una danza de hoja seca, lengua de torbellino,
balbuceo del alma para incluirte y anegarte.
¡Oh noche, aquí está el día!
Otra vez es la sombra,
otra vez desde fuera te figuro,
vestido, solo, plaza.
Ahí estás liberada;
te miro desde mí, de tan abajo y vuelto.
Pero me yergo y me sostengo:
duerme, maraña de cristal. Yo soy tu límite,
tus muñones sangrando entre las nubes.
No hay otro amor que el que de hueco se alimenta,
no hay más mirar que el que en la nada alza su imagen elegida.
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2 comentarios:
Me has dejado sin palabras. Acaso sólo una:
Excelso!!!!!
Un beso
jajajaja!!!!!! me lo creí!!!!!
Si no puedes escribir así???? Yo te he leído en cada poema regalado en la máscara.
Sí que puedes!!!!!
(te dejo un avisito: ya que las musas me han abandonado, he guardado mi blog dentro de Letra deriva, allí está entero en una etiqueta con su nombre.
Cuando vuelvan las dichosas (si vuelven), escribiré en ese espacio.
Un beso muy grande.
(la anécdota me encantó)
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